Es difícil reproducir con seguridad cómo eran las vestimentas que llevaban nuestras antepasadas allá por mitas del siglo XIX. También hay que tener en cuenta que no serían lo mismo los humildes trajes de diario que los de los días de fiesta. En la actualidad contamos con algunas imágenes de época que nos indican cómo pudo ser la indumentaria habitual de las alcarreñas de antaño. Éstas bien son fotografías, que dan mayor veracidad, o grabados que pueden estar más idealizados.
En realidad, el traje de alcarreña consistía en una falda de lana con vuelo bordada, en principio con dibujos negros. Esta falda o refajo iba colocada sobre las enaguas y éstas sobre los pololos, una especie de pantalones que, como ropa interior, llegaban a media pantorrilla. El color de la falda era mayoritariamente rojo oscuro, aunque también se utilizaba el amarillo en ocasiones más festivas (se ensuciaba más), mientras que, sorprendentemente, el azul lo llevaban las viudas. Eso no quita de que también existieran faldas en colores verdes o pardos o de cualquiera que tiñera el trozo de lana que hubiera podido conseguir la mujer.
Bajo la falda se remetía la blusa, negra, con jaretas, cuello de tira alta y mangas abullonadas, rematado cuello, puños y botonadura con puntilla de bolillos blanca. Sobre la blusa iba el pañuelo de lana sin fleco, de los llamados “de cien colores” o de seda con flecos y bordados de flores y pájaros. Si la mujer elegía, por su clase social más elevada, en lugar de llevar blusa llevar chambra, en ese caso no se usaba pañuelo.
Las joyas, al ser provincia pobre, solían ser de oro bajo y coral, o de plata. Destacaban los pendientes largos, un broche a modo de camafeo, sortijas, pulseras, etc.
El conjunto se completaba con mandil largo (hoy día se ha acortado para que se vean los dibujos de la falda) y faltriquera o faldiquera (una pequeña bolsa para llevar el dinero), además de las medias tejidas a aguja y zapatilla alcarreña o zapato de medio tacón, abrochado con lazo.
La ruptura que supuso la guerra civil y la acción de la Sección Femenina, que homogeneizó en buena medida los trajes regionales de diversos lugares, nos han hecho perder fuentes más directas. Para la recreación y recuperación de esta indumentaria resulta imprescindible el artículo de José Antonio Alonso Ramos, en Cuadernos de Etnografía de Guadalajara, año 1991, tomo 17, páginas 85-94 https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=3362. Os dejo unas imágenes antiguas para que vosotros mismos juzguéis y la recreación actual.