En el bajocoro del lado del Evangelio, junto a la puerta norte del templo parroquial de Salmerón, oculta durante años en la oscuridad y el deterioro y hoy con su aspecto alterado, se encuentra la que durante siglos fue la capilla del Santo Sepulcro.
De traza barroca y reducidas dimensiones y con techumbre abovedada y una hornacina frontal, fue propiedad particular, utilizada como lugar de enterramiento por sus poseedores. La inhumación se llevaba a cabo bajo el suelo de la capilla en la que había una cripta circular, rodeada de una especie de poyo corrido que bordeaba la estancia.A este lugar se refieren los documentos eclesiásticos como “enterramiento de bóveda” y, según consta en los libros parroquiales el último sepelio que se hizo en ella, fue el de la niña Escolástica Hualde Viejo, muerta en 1828 a la edad de un año. La posesión de la capilla, debió de estar ligada a un Vínculo fundado por Don Pedro Hualde, a juzgar por lo que consta en la declaración que de sus bienes hace don Antonio Fernando Hualde como respuesta al cuestionario del Catastro del Marqués de la Ensenada. En este documento figura la siguiente declaración: “Asimismo confieso tengo, gozo y poseo en esta villa un vínculo que fundó Don Pedro Hualde, cuyos bienes declaro ser los siguientes: Capilla en la Iglesia: Tengo una capilla con entierro de bóveda en la Iglesia Parrochial de esta Villa”.
Habla, asimismo, don Antonio Fernando de los gastos que le acarrea esta posesión, en los siguientes términos: “Gasto en azeite para la lámpara de la capilla anualmente una @. Para el blanqueo, aseo de frontales, sabanillas y demás adecentes para dicha capilla tengo de gasto anualmente veinte reales de vellón”.
El Vínculo era una suerte de institución por la cual había una “sujeción de los bienes, con prohibición de enajenarlos, a que sucedan en ellos los parientes por el orden que señala el fundador, o al sustento de institutos benéficos u obras pías” (definición del DRAE). De ello deducimos que don Antonio Fernando, como mayorazgo, había heredado de don Pedro (don Pedro Hualde y Navarro, nacido en 1639), su abuelo, la posesión de la capilla familiar con prohibición expresa para su venta o enajenación.
Los documentos de los años siguientes siguen dando cuenta en los libros de defunciones de cuanto miembro de la familia era enterrado en este lugar, como es el caso de doña Clara Hualde Falcón, de quien consta que, a su muerte, en 1804, “fue enterrada en la Capilla del Santo Sepucro”.
No tenemos más datos sobre lo que fue la ornamentación de la capilla hasta 1850. En este momento, arruinados los antiguos poseedores en la guerra carlista, la capilla queda descuidada y abandonada. En esta fecha se hace cargo de ella una descendiente de la familia, doña Fernanda Jabalera y Hualde, biznieta de don Antonio Fernando (nacida en 1818) y que, a diferencia de sus parientes, gozaba de una situación desahogada, especialmente en virtud de su matrimonio con el vizcaíno, don Juan de Albisúa, síndico de la Bolsa de Madrid. Por esta época, el señor Albisúa, deseoso de, por decirlo en términos machadianos, “repintar sus blasones”, restaura, con todo el lujo que le permitía su posición, la capilla al gusto de la época. Las noticias nos las proporciona el arqueólogo y polígrafo Basilio Sebastián Castellanos de Losada, amigo de Albisúa, en dos de sus obras: Trillo. Manual del Bañista (1851) y Recuerdos de Salmerón (1850). Los textos, que hemos reproducido en otras partes de esta web, son los siguientes:
II. EL SANTO CRISTO DEL SEPULCRO.
Cristo en el Santo Sepulcro
Se adora en una capilla
Del templo de Salmerón:
Pues que una noble familia
Quiso ponerse al abrigo
De efigie tan peregrina,
Para librarse de males,
en la muerte y en la vida.
Mas como el tiempo concluye
cuanto al hombre se avecina,
Con su destructora mano
Iba a convertirla en ruinas.
La saña templó del tiempo
Con devoción y fe viva
Un caballero vizcaíno
Que en la misma villa finca;
Y encomendándose a Dios,
Origen de toda dicha,
Sin perdonar gasto alguno
Reedificó la capilla.
Propiedad suya la hizo,
Y pasará a su familia
Como rico patrimonio
Que al cielo les avecina.
Y para honrar cual se debe
A aquella imagen divina,
Sin reparar en el coste,
De Madrid trae a los artistas.
Unos doran el retablo,
Otros la techumbre pintan,
y el oro y la plata alternan
para adornar la capilla.
Ángeles bellos trabajan
El sudario y sabanillas;
Pues ángeles puros son
De dicho señor las hijas.
Y como sus divos nombres
sean Concepción y Elvira,
y los de sus hermanitos
Luis, Enrique y Felisa;
Imágenes de estos santos
En los muros patrocinan
Su inocencia y su candor,
Su hermosura y su hidalguía.
De San Fernando y San Juan
Las imágenes publican
Los nombres de los esposos
Patronos de la capilla;
Y entre ellos santa Teresa,
Cual escritora divina,
La historia de las virtudes
Escribe de esta familia.
Sobre el altar, San Eusebio,
Prosternado de rodillas,
Pide a Dios paz y ventura
Por quien hizo obra tan pía.
De Albisúas y Jabaleras
La antigua nobleza avisan
Dos escudos con blasones
De su elevada hidalguía.
Mas quiso el restaurador
Que esta estuviese sumisa
A los pies del Redentor
Señor de su honor y vida.
Si es que hay cielos en la tierra,
Es un cielo la capilla
En el que el Cristo es el sol
Y la Virgen luna viva.
Que dando luz a los astros
Santos que se la avecinan,
Al pueblo de Salmerón
Con sus rayos patrocina.
Bien haya quien su caudal
Gastó para obra tan pía,
Pues que ha de premiarle Dios
Que al justo jamás olvida.
Y bien haya Salmerón
Si bendice a la familia
Del que a su Dios supo honrar
En tan lujosa capilla.
Fuera de la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, que es espaciosa, de buena fábrica y con altares muy regulares, y en que tiene una liadísima capilla reedificada y adornada con lujo nuestro apreciable amigo D.Juan de Albisúa (1) dedicada al Santo Cristo del Sepulcro, y de las casas de D. Francisco Tobar, catedrático de leyes de la Universidad de Madrid , y de las de D. José González Sanz, el caserío es de pobre aspecto en lo general en lo exterior, pero bastante cómodo en lo interior.
(1) La capilla ha sido pintada el año pasado por nuestro amigo el joven D.Román Sanz, natural de Sacedón.
Es precisamente en esta nota donde el arqueólogo da cuenta del nombre del pintor que restauró la capilla entre 1849 y 1850 y del que podemos dar algunos datos biográficos que constan en la obra de Osorio Bernard, Galería Biográfica de Artistas Españoles del siglo XIX (1868).
Según esta obra, don Román Sanz había nacido en Sacedón el 28 de febrero de 1829. Por consejo del propio Castellanos de Losada, al parecer amigo y protector del joven Román, se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Discípulo de don Juan Gálvez y de don Antonio Bravo llegó a alcanzar gran manejo en la pintura al temple, técnica según a cual pintó el camarín de la Ermita de la Virgen del Socorro de su pueblo natal, Sacedón, aún conservadas hoy día, y “otra capilla de Salmerón, de propiedad del capitalista Sr. Alvísua” (sic en palabras de Osorio), además de dos techos de su paisano Benito Alegre y “algunas decoraciones para el hoy derribado teatro del Instituto de Madrid, que fueron muy elogiadas”. También manejó Sanz la pintura al óleo e hizo retratos de Matías Bedoya que fue gobernador de Guadalajara, del catedrático Julián Bruno de la Peña y del llamado por Osorio “rico propietario” Juan de Dios González, que luego llegó a ser alcalde de la capital de la provincia. Con esta técnica realizó numerosos cuadritos, al parecer de temática costumbrista a juzgar por títulos como Salida del templo de un bautizo, El matapuercos o Una contienda a la puerta de una taberna, algunos de los cuales presentó en la Exposición Nacional de Bellas Arte de 1880. Uno de los encargos más relevantes que se le asignaron fue la pintura de las cuatro pechinas de la Capilla de la Misericordia de la antigua Parroquia de San Sebastián de Madrid, destruida en la Guerra Civil. Además realizó numerosos dibujos para la prensa de la época. Por esta información sabemos que las paredes de la capilla de Salmerón estaban pintadas al temple y por el poema de Castellanos, que reproducimos a continuación, que la pintura representaba los escudos familiares de los dueños, el del apellido Albisúa y el de apellido Jabalera, a los pies de Cristo Redentor, así como las imágenes de los santos que daban nombre a los esposos y a sus hijos: san Juan, san Fernando, san Eusebio y santa Teresa, entre otros. El retablo era dorado y las pinturas se extendían a la techumbre abovedada. Tal vez, al margen de esta descripción poética, las pinturas de la Ermita del Socorro de Sacedón sean la única muestra por la que nos podemos hacer idea de cómo era el estilo que decoraba la Capilla del Santo Sepulcro.
Pinturas de Román Sanz en el Socorro de Sacedón (foto del libro de Mercado-Moya-Herrera) La historia escrita de la capilla concluye aquí. Por tradición oral sabemos que los Albisúa, tras la muerte de una de sus hijas vendieron todas sus posesiones en el pueblo y nunca regresaron. Ignoramos por qué manos pasó la capilla hasta el primer tercio del siglo XX, momento en que sus dueños eran don Tiburcio Juanas y su mujer doña Rosa Vadillo (propietaria que fue de las tierras de Óvila), quien atendía a la misa por la ventana enrejada de la Capilla, con vistas al Altar Mayor. Tras la Guerra Civil en la Capilla volvió a darse culto a una imagen del Santo Sepulcro y, sobre ella, a otra pequeña imagen del Resucitado, esta última regalada por la señora Celedonia, madre de Julián y Máximo Balcones.
En la muy cuestionable restauración del templo llevada a cabo en los años 90 ha sido cegada la cripta de enterramientos, que tuvimos ocasión de ver y de la que conservamos fotografía, a fin de afianzar los cimientos del edificio. Los restos óseos que allí permanecían fueron trasladados al cementerio de Salmerón a un osario común o, tal vez, fueron quemados.
También se ha cerrado la mencionada ventana enrejada con vistas ala Altar Mayor, desde la que los propietarios podían asistir a los oficios de culto.
Las pinturas decimonónicas del alcarreño Román Sanz dejaron de estar bajo la capa de yeso de la capilla, hasta hace poco derrumbada. Hace diez años la capilla se restauró, sin atenerse a su traza primitiva, por obra de don Crescencio Saiz (q.e.p.d.), sacerdote hijo del pueblo y hoy sirve de capilla de diario.
En cualquier caso, quede aquí este testimonio para que la historia de la capilla y del pintor no queden también sepultadas en el olvido.
Para más completa información se puede ver nuestro artículo: «La villa de Salmerón en el viaje alcarreño de Basilio Sebastián Castellanos de Losada (1849). Notas de historia y etnología», Cuadernos de etnología de Guadalajara, ISSN 0213-7399, Nº. 45-46, 2013-2014, págs. 223-260