He estado revisando los archivos parroquiales digitalizados de Salmerón. En principio, iba buscando datos sobre mis tatarabuelos y algunos he encontrado, pero ya he hecho una primera cala en los libros de matrimonios y defunciones de todo el siglo XIX. Naturalmente, en los que se conservan, porque faltan algunos que debieron perderse.
Una de las cosas que me ha llamado la atención y que he estado recogiendo son los apellidos de las personas del pueblo que aparecen en los registros. Muchos de ellos se conservan hoy en día, aunque otros, muy frecuentes en otros siglos, se han ido perdiendo o quedan de segundo apellido de algunos de nuestros paisanos.
Dejo aquí la relación de apellido: los que se repiten más los he puesto señalados en negrita.
Acero, Aguado, Albalate, Álvaro, Alcántara, Ángel, Bachiller, Blasco, Calvo , Cano, Carrasco, Carreras, Cava, Culebras, De la Guerra, De La Llana, Del Amo, Del Pozo, Del Val, Díaz, Domínguez, Écija, Falcón, Flores, Gamboa, García, Garrido, Gil, González, Grande, Gualda (Hualda), Guerrero, Guijarro, Herrera, Hoyos, Hualde, Jabalera, Lázaro, López, Lozano, Manuel, Martínez, Mellado, Mendieta, Molina, Montalbo, Montera, Navalón, Nieto, Novar, Olmos, Orcero, Ortiz, Palomo, Pascual, Poveda, Priego, Puerta, Ramón, Rebollo, Regidor, Remírez, Rojo, Romero, Saiz, Salmerón, Santillán, Soria, Tarro, Toledano, Trúpita, Velasco, Vélez, Vera, Viejo, Villalta, Villarreal.
Luego se documentan otros de forma esporádica y en ocasiones en la propia partida se especifica el pueblo del que proceden. Habitualmente, se trata de casos de alguien de la comarca que se casa con una mujer de Salmerón: así aparece el apellido Bollo, que se dice que es de Valdeolivas, Cervigón, de Alcocer y otros de la zona y/o provincia como Malo, Peco o Abánades.
Los nombres de pila también resultan entretenidos. Como sucedía hasta hace unos 80 años, se solía poner al niño el santo del día o, en todo caso, el nombre de un familiar o del patrón del pueblo: Así he visto en dos ocasiones el nombre de Matías aplicado a una mujer o los de Bernabela o Bernabea y hasta Abdona.
Otra cosa que hay que reseñar por la tristeza que produce es que la muerte de los lactantes era sistemática. Al mes una media de tres niños menores de un año morían en Salmerón. Si era verano, con los calores, o si había epidemia de viruelas o sarampión, las muertes se multiplicaban y resulta estremecedor comprobar cómo iban muriendo los hermanos en días sucesivos.
Otro capítulo son los posibles suicidas. Al menos cuatro o cinco veces he encontrado a personas, tanto hombres como mujeres, ahogados en las presas de los molinos, en el que decían «de Eulogio», situado a la entrada del camino del Pino, por encima del actual polideportivo, o en el que decían «de los Huertos» o «de los Huertos de San Juan», en el paraje de este nombre. Hay que decir que, en todos los casos, y me ha sorprendido, al difunto se le entierra en sagrado.
Y, por último, está el asunto de los niños expósitos. Era frecuente que, cuando a un matrimonio de pocos recursos se le moría un hijo o en el caso de madres solteras, se sacaba un niño de la inclusa, al que se alimentaba con la leche de la mujer. La institución les pagaba una pequeña cantidad que les servía para ir sobreviviendo. He visto casos de niños sacados de la inclusa de Guadalajara, de Cuenca, pero, sobre todo, de Madrid. Estas criaturas morían con frecuencia y se les enterraba con lo mínimo, el llamado oficio de párvulos y poco más. A veces no consta ni el nombre, y el apellido, si lo había, era de la Cruz para todos.
Dejo fotografía de la partida de un ahogado en la presa de San Juan en 1874 y de un niño expósito del mismo año. He escogido estos porque la letra de las partidas se lee bastante bien y creo que no necesitan transcripción.