Este trabajo es debido a nuestro paisano y amigo Tomás Santana Rey. Yo únicamente le he ayudado con una investigación en los fondos de la Prensa Histórica y he retocado la redacción final.
Salmerón, durante el siglo XIX y principios del XX, tenía muy escasa industria. Si exceptuamos los importantes talleres de herrería que tuvo Francisco Ramón en torno a 1850, apenas la actividad de tres o cuatro molinos harineros y dos aceiteros comprendían toda actividad económica que no estuviera ligada a la explotación agrícola y ganadera, dejando aparte el comercio. La situación de los habitantes de la villa durante la primera década del pasado siglo presentaba condiciones duras: una economía que dependía de los rigores del clima, impuestos, carestía y la lacra del caciquismo que emponzoñaba la vida local.
Hubo, naturalmente, personas que intentaron poner remedio a esta decadente situación del pueblo. En la década de los años 20, el matrimonio formado por Esteban del Val, concejal que fue del Ayuntamiento, y Rosa Hoyos, junto con el secretario municipal, Justiniano Criado, intentaron remediar esta falta de industria, con ideas novedosas e imaginativas, aprovechando la feracidad de las huertas de la vega salmeronense.
Esteban del Val, en torno a 1920, era parte de las fuerzas vivas de Salmerón y le encontramos como socio de la Cámara Agrícola junto a los destacados comerciantes locales Claudio Adánez, Manuel Paramio, el boticario Miguel de San Andrés o el diputado Luis Fernández Navarro, que intentaron, en buena medida bajo la iniciativa de este último, hacer ciertas reformas en el pueblo.
Justiniano Criado, por su parte, era secretario municipal. Había ejercido previamente en los municipios de Valdesaz y Casasana y en 1921 fue destinado a Salmerón, donde se asoció con Esteban del Val. Además, era el presidente de la Asociación Provincial de Secretarios de Guadalajara.
El proyecto de Esteban del Val y su mujer pretendía dar salida a la excelente cosecha del tomate local mediante la creación de una pequeña industria conservera, y, de esta forma, crearon la marca de conservas vegetales “La Salmerontina”. Esteban viajó por la región de Murcia para conocer bien el sistema de envasado y conservación, sobre todo del tomate.
El comienzo de la actividad empresarial en Salmerón se produjo de manera muy artesanal, en un pequeño local de la Travesía de las Escabas, número
4. La plantilla de operarios estaba compuesta por seis u ocho mujeres, que pelaban el tomate, y por dos herreros de Valdeolivas, que se encargaban de preparar los envases de hojalata. Como el producto tuvo mucha aceptación, se dio paso a un sistema de fabricación más industrial: se adquirió maquinaria nueva y se alquilaron más fincas para el cultivo del tomate. Pero la fatalidad trucó una empresa que podía haber convertido a Salmerón en un núcleo de población con más salidas económicas. El secretario y socio de Esteban del Val, Justiniano Criado, un domingo, en febrero de 1925, estando de viaje por las cercanías de Peralveche, se sintió mal y, a los pocos momentos, dejó de existir. La muerte repentina del secretario, que ejercía las funciones de contabilidad de la incipiente empresa, dio al traste con el proyecto de industrialización, y, en consecuencia, llevó a la desaparición de la marca. La nueva maquinaria comprada se tuvo devolver y los alquileres de tierra y otras pequeñas inversiones se reconvirtieron para otros usos.
Lo que sí ha permanecido hasta nuestros días son las etiquetas que fueron creadas por la Litografia Hijas S. Pablo de Valencia. Personas que fueron a la escuela de Salmerón en los años 40 recordaban que un sobrino de Esteban del Val utilizaba el reverso de estos precintos para hacer la cuentas escolares.
Quienes tenemos el privilegio de haber conseguido el original de una de estas etiquetas lo conservamos como oro en paño, a veces enmarcado, por el propio valor estético de la ilustración y por ser testimonio de un episodio histórico de nuestro pueblo.
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