Muy probablemente no quede ya ningún salmeronense que conserve memoria del pueblo en fechas anteriores a 1936.
Quienes se encuentren en esta situación recordarán que el altar mayor del templo de nuestro pueblo estaba presidido por un hermoso retablo de estilo barroco, en el que destacaban las columnas salomónicas y grandes racimos de uvas doradas.
Lamentablemente, como buena parte de los excelentes retablos de la provincia, el de Salmerón fue destruido durante los tristes sucesos de la Guerra Civil. Con los restos del retablo original, el sacerdote que reconstruyó el templo en los años 40, don Anselmo, improvisó un altar del que aún conservamos imagen fotográfica.
El párroco siguiente, sin embargo, se deshizo de los restos que quedaban del retablo originario y los sustituyó por el altar que, con más o menos modificaciones, ha llegado hasta hoy. Aunque desgraciadamente parece que no se conserva fotografía alguna del mencionado retablo barroco original, lo cierto es que, por diversos documentos que duermen ignorados en distintos archivos españoles, tenemos oportunidad de hacernos una idea de cuál era su aspecto, así como de conocer la compleja historia de su construcción en el siglo XVII.
En los años 80 de ese siglo XVII se decide hacer un retablo para la Iglesia Parroquial de Salmerón, obra en la que, al parecer, estaba muy interesado el obispo de Cuenca, diócesis a la que en aquel momento pertenecía nuestra villa. En principio, la obra se iba a costear de la propia fábrica de la Iglesia y de las limosnas de los fieles. Para ello se contrató el trabajo de dos artesanos –»maestros arquitectos» en la denominación de la época- el seguntino Pedro Castillejo y el vecino de Valdeolivas Pascual Moral. Ambos comparecen públicamente el 8 de diciembre de 1681 ante los alcaldes ordinarios de la villa, don Juan Antonio Falcón Hualde y don Jerónimo López de la Vega, el cura párroco, licenciado Juan Bauptista Requenco, y otros seis presbíteros, y declaran públicamente que la obra encargada la harán en mancomunidad:
«y dijeron que la obra del retablo y sagrario que se había de hacer en dicha Iglesia Parroquial la harán juntos y de man común de tal forma que lo que el uno empiece el otro lo pueda acabar y al contrario«.
Ajustan, asimismo, la obra en veinte mil reales, siendo «la compra y acarreo de la madera por cuenta de la Villa» y el «hacerla labrar y cortar» por obra de los maestros.
Las siguientes noticias al respecto nos la proporciona, tres años más tarde, en junio de 1684, una carta de don Carlos Laynez Manuel y Gudiel, alcalde ordinario para el estado noble y administrador de la Duquesa del Infantado, y que es la respuesta a una misiva de su señora en la que le había hecho llegar el gran interés que tenía el obispo de Cuenca en la obra del retablo. En esta carta, don Carlos se hace eco de los altercados habidos en el pueblo a causa de la obra mencionada ya que, pese al acuerdo de Castillejo y Moral en un primer momento, lo cierto es que parece que los munícipes y el cura cambiaron de opinión y adjudicaron la obra sólo a Pedro Castillejo, con un proyecto mucho más ambicioso y más caro, para lo cual puso dinero el Ayuntamiento: «D. Pedro Hualde y el cura y Francisco Falcón coxieron al ayuntamiento pagado sin saber lo que hacían y le admitieron mucha postura a Pedro Castillejo diferenciando de la primera traza y la remataron en él si haber auto judicial para ello«. Ante esta situación el otro maestro ensamblador, Pascual Moral, rebaja una cuarta parte del precio. De la carta de Laynez parece deducirse que la duquesa protegía la participación del artesano de Valdeolivas, otro de los lugares de su ducado: «Pascual Moral hizo mexora e la quarta parte, que conforme a derecho se debió admitir, porque Vd. escribió mandando se le diera parte en dicho retablo sacándolo a pregón, como todo consta del testimonio en relación de los autos que remito a Vd que con él mandará satisfacción al Sr. Obispo«.
El administrador parece justificarse ante la duquesa por unas supuestas acusaciones de actuación tibia «luego que tuve la orden de Vd. remití el conocimiento de la causa de los tumultos a don Joseph Carrasco y yo nunca tuve repugnancia en ello, sino sólo cumplir con el vulgo, por haber experimentado en él grandes disgustos antes de ahora sobre estas jurisdicciones«. Además, el citado Laynez parece recelar de la posibilidad de meterse en pleitos con Moral por un lado, apoyado por la duquesa y Castillejo, por otro, tal vez apoyado por el concejo: «Sólo insinúo a Vd. que es un negocio muy grave y de muchos cabos y que es menester para las sentencias mucho letrado y que se mire muy con prudencia para no dexarnos mayores embarazos y que no se corrija la paz de esta república».
Que las diligencias empezaron lo prueba la existencia de un documento que da testimonio del ajuste de los dos artesanos con la villa «sobre la obra del retablo que se hace para el altar mayor de la fábrica della» a petición presentada «por el dicho Pascual Moral sobre la obra del cascarón del dicho retablo«. No sabemos hasta qué punto siguió el proceso, pero de ser así no debió durar mucho. Un año después, en agosto de 1685, Castillejo estaba trabajando los retablos de Torremocha y de Solanillos del Extremo, y, como se demorase más de lo pactado en acabar el primero de ellos, los responsables del templo de Torremocha piden informes al párroco de Solanillos. La respuesta de este es que el arquitecto está en Salmerón para la inauguración del proyectado retablo de la localidad:
«digo que dicho Pedro Castillejo a muchos días que está ausente de esta villa, en una obra de la villa de Salmerón, diócesis de Quenca, de que e tenido noticias la tiene acavada i puesta y ha venido maestro a darla por buena y querara solo hastaajustar las quentas y acavadas…»
El propio Castillejo escribe a los de Torremocha poco después en estos términos:
«que tengan un poquito de paciencia que para el dinero que tienen dado mucho más bale lo que tengo trabaxado que a no ser por el empeño del Sr. Obispo de Quenca para el retablo de Salmerón, ya la de Torremocha estaría olbidada...»
En ningún caso se hace alusión al otro ensamblador, Pascual Moral, por lo que es muy posible que la obra del retablo de Salmerón la llevase finalmente a cabo Pedro Castillejo en solitario, pese a las recomendaciones de la duquesa del Infantado.
Tenemos datos para pensar que dicha obra fue fastuosa para el momento: las alusiones recurrentes al interés del obispo de Cuenca y el propio costo de la obra (que ya en su monto inicial de 20.000 reales superaba con mucho los 11.850 del retablo de Torremocha y al precio de otros proyectos que el seguntino realizó por aquellos años). Sabemos que la traza era barroca, (en la línea en que trabajó Castillejo en su segunda época, a partir de 1678), que a la obra del retablo se incorporaba igualmente el sagrario, que constaba de cuatro columnas salomónicas y que estaba rematado en «cascarón» o remate semiesférico de la parte superior, que se adaptaba a la forma del ábside del templo.