Antiguas guías de viajes por la Alcarria (I): termas y balnearios

Antiguas guías de viajes por la Alcarria (I): termas y balnearios

Este trabajo fue uno de los primeros que publiqué sobre mi tierra, hace nada menos que veintitrés años, concretamente el 6 de noviembre de 2000, en aquella web de los inicios de Internet que se llamó alcarria.com (Antiguas guías de viajes por la Alcarria (I): termas y balnearios › Alcarria.com (archive.org) y en la que conocí gente estupenda con la que compartir pasiones alcarreñas. Quiero rescatar aquí unos trabajos que, aunque breves, fueron, en cierta medida pioneros en los estudios de historiografía alcarreñista.

Muchos años antes de que Camilo José Cela escribiera la ya célebre frase “la Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir” hubo quienes, desde intereses diversos, no sólo se adentraron en sus viajes por estas tierras alcarreñas, sino que quisieron impulsar su conocimiento y facilitar su acceso a potenciales viajeros dejando por escrito recuerdos e impresiones, descripciones y consejos.

La finalidad perseguida en sus viajes por los autores de estas guías es muy distinta según la época, los propósitos y la propia idiosincrasia del individuo en cuestión. Destaca, en primer lugar, dentro de este tipo de literatura de viajes, el conjunto de guías para visitantes de las termas o, ya en terminología decimonónica, balnearios de la provincia, los de Trillo y los de Sacedón (después de La Isabela), a los que se dedican obras específicas, al menos desde el siglo XVII.

El libro más antiguo sobre las termas de la provincia que ha llegado a mis manos es el Teatro de la salud, baños de Sacedón hallados del D.D. Fernando Infante, publicada en Madrid en 1663. Los autores, Fernando Infante y Juan Torre y Valcárcel, son ambos médicos de la Casa Real, por lo que el libro está concebido fundamentalmente desde una perspectiva clínica. Por ello, se deja claro desde el comienzo de la obra que el fin último que se persigue es conseguir la restauración de unas termas que, teniendo grandes cualidades medicinales, se encuentran muy descuidadas: «exhortar el conocimiento de los hombres de las virtudes de los Baños de Sacedón para que entendidos en el bien público sus virtudes, se apliquen todos a procurar su reedificación». Sin embargo, el talante humanista de los autores, que se deja ver, entre otras cosas, en sus continuas citas de los clásicos grecolatinos, hace que, además de detallar el análisis de las aguas termales de Sacedón y de enumerar las muchísimas enfermedades para las que son remedio (trastornos renales, gota, llagas, lepra, corrupción de huesos, congestiones, melancolías e hipocondrías, son algunas de ellas), nos narren la historia de aquellas termas desde las más remotas noticias de la antigüedad romana y árabe y nos hagan la descripción del lugar, con especial incidencia en los hallazgos arqueológicos de los enclaves entonces llamados Contrevia y Tiberia. Asimismo, nos hablan del cercano monasterio de Monsalud y de la imagen de su Virgen, y nos retratan los vestigios de la antigua construcción del lugar de los baños como «fortificación de sillar en los cimientos y en las esquinas de las paredes que suben con mampostería…» donde «se veían figuras de muy costosa hermosura». El libro contiene, además, una estampa con un plano donde se representa la nueva fábrica del establecimiento mandada hacer por D. Pedro Niño, Marqués de Montealegre.

Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, Juan Gayán y Santoyo, cirujano de la villa de Trillo y de algunos otros pueblos de la zona, publica su Antorcha Metódica, Mapa Historial y Discursos Analíticos de las admirables termales aguas de los baños de Sacedón, Córcoles, Trillo y Buendía (Madrid, 1760). El libro presenta la novedad de tratar en una sola obra acerca de todas las aguas termales de Guadalajara, a las que se añaden las del muy cercano pueblo de Buendía, ya en la provincia de Cuenca. De nuevo, como corresponde a la profesión del autor, los datos médicos priman sobre cualquier otro tipo de consideración en la obra, pero ello no es obstáculo para que Gayán y Santoyo nos ofrezca una descripción geográfica de los lugares en que están enclavadas las termas e incluso nos ensaye alguna etimología para la explicación de la toponimia local. Así lo vemos, cuando se refiere al lugar de los baños de Córcoles, cercano al Monasterio de Monsalud, donde dice:Está este lugar situado en un collado, que mira a Poniente desde dicho Monasterio, circundado de montecillos medianamente eminentes, y por eso juzgo le nominaron Cor-coles o Corazón de Collados. Asimismo, se detiene en la explicación del posible origen de los baños, especialmente de los de Sacedón y de los de Córcoles. Respecto a estos, situados en el paraje denominado Viña de la Casa, en la llamada Fuente de la Aurora, se nos narra su legendaria fundación romana en época de Tiberio, hecho que se vería reforzado, en opinión del autor, por el hallazgo de una inscripción latina en este mismo lugar en el año 1681. Respecto al descubrimiento de los baños de Sacedón, Gayán lo atribuye al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, quien, desterrado en Santaver por el Rey Fernando, curó de su reuma artrítico tras bañarse en las aguas de la entonces llamada Fuente María, por recomendación de un pastor de la zona.

Tanto en el caso del libro de Fernando Infante, como en el de Gayán y Santoyo no nos encontramos aún, por supuesto, ante guías del viajero, de la manera que se entiende desde el siglo XIX, pero sí son precedente de lo que serán los «manuales del bañista» un siglo más tarde.

No muchos años después, en 1778, el botánico y naturalista Casimiro Gómez de Ortega publica el Tratado de las aguas termales de Trillo, tras haber efectuado, por Real Orden, el análisis de aquellas aguas medicinales. El libro presenta una mezcla de datos históricos, arqueológicos, geológico-botánicos y puramente medicinales, seguidos de una serie de consejos sobre la manera óptima de tomar aquellas aguas. Lo que más puede interesar al moderno lector es la primera parte de la obra, donde el autor alude a la antigüedad del lugar de Trillo, con referencia a los vestigios arqueológicos situados en el llamado barrio del castillo (llamado así por la existencia de una fortaleza que ya se encontraba arruinada en el siglo XVIII), al lugar llamado Villavieja, situado a una legua del pueblo, y a los restos de edificaciones localizados al mediodía del mismo, que circundaban a manera de foso el río Tajo con la figura de un medio círculo perfecto y que el autor identifica con las ruinas de la antigua Bursanda, citando a Ptolomeo y a Plinio el Viejo. Tras el repaso a la situación del pueblo desde sus supuestos orígenes hasta el momento de la redacción del libro, Gómez Ortega describe los distintos baños de las termas (los del Rey, el de la Princesa, el de la Condesa y el de la Piscina), a lo que sigue un detallado catálogo de las plantas y minerales de la zona, como es de esperar, dada la condición de botánico del autor. No puede faltar en un tratado de hidroterapia la parte técnica, con el análisis químico de las aguas y la enumeración de distintos casos de curaciones mediante el uso de estas termas. Como ayuda para facilitar el camino al posible viajero, aparece un apéndice donde se proporciona el itinerario de Madrid a Trillo en dos jornadas, lo que aproxima ya este tratado a lo que van a ser las guías manuales para el bañista en el siglo XIX.

El polígrafo, anticuario, profesor de arqueología y futuro director del Museo Arqueológico Nacional, Basilio Sebastián Castellanos de Losada, escribió el Manual del Bañista de La Isabela, publicado en Madrid en 1846. Ya no nos encontramos en esta ocasión con un tratado de hidroterapia, por muchas referencias que haga a la historia del lugar y su entorno, sino con una auténtica guía manual, que pretende servir de ayuda al viajero que, en este caso, vaya a tomar las aguas al Real Sitio de La Isabela. A ese efecto, se nos dan datos del día de apertura de la temporada de baños, del lugar donde hay que tomar los coches en Madrid, de los pueblos que se atraviesan durante el viaje y de las disposiciones que tiene que tomar el bañista a su llegada. Asimismo, se describe el lugar de hospedaje y se da cumplida cuenta de los precios de cada alojamiento. Además, Castellanos narra la historia del balneario desde los orígenes romanos de los antiguos baños de Sacedón hasta la fundación de La Isabela por la malograda reina Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, que no llegó a ver la conclusión de las obras en 1826. Sin embargo, lo más interesante para el lector actual es la descripción de las termas y del lugar de La Isabela, hoy cubierto por las aguas del pantano de Entrepeñas, y de los lugares cercanos, como los pueblos de Poyos, Sacedón o Alcocer. Particular interés tiene la mención de los «bañillos de Córcoles», aguas termales, al parecer, en ese momento sin explotación oficial, y donde, a decir del autor, acudía a bañarse la gente sin recursos. También resultan encantadoras sus menciones de los descubrimientos arqueológicos en los lugares del entorno, como el llamado «sepulcro del moro», cerca de Córcoles, o de los mosaicos aparecidos cerca del antiguo lugar de Santaver. No acaba la obra sin describir, entre otras cosas, el salto de Bolarque y las ruinas de Recópolis. Castellanos, en sus propias palabras «apasionado a la pintoresca Alcarria», repetiría la experiencia cinco años más tarde con la publicación de otro manual sobre el balneario de Trillo.

El nuevo libro, titulado Trillo. Manual del Bañista (Madrid, 1851), sigue el mismo esquema del anterior, pero en esta ocasión, el anticuario madrileño nos describe otra parte de la provincia: Trillo, Cifuentes y sus alrededores. Castellanos, además de dar todo tipo de pormenores sobre el establecimiento termal y su historia desde el siglo XVII, hace un detallado retrato de Trillo y de sus monumentos, posando su mirada de arqueólogo en los restos del castillo de los condes de Cifuentes y en las tumbas antropomórficas excavadas en piedra, que el autor atribuye a la época de la dominación musulmana. Muy interesantes son también las propuestas de excursiones o «cabalgatas» a las localidades del entorno, Cifuentes, Gárgoles y su fábrica de papel, Viana y sus Tetas y las tres posibles rutas para llegar de Trillo a La Isabela: por Salmerón, por Córcoles o por la ribera del Tajo y el Santuario de la Esperanza de Durón. La descripción de los pueblos que se atraviesan y de sus monumentos, muchos de los cuales no se conservan en la actualidad, hacen que esta obra sea una referencia muy importante para conocer el estado de esta zona alcarreña en torno a 1850.

Por supuesto que la literatura sobre los establecimientos termales alcarreños no se agota con estos títulos: hubo médicos de la zona que editaron folletos sobre aquellos lugares, como el que publicó en 1714 Josef Mendoza, médico de Cifuentes, el de José Guarnerio, médico de Trillo, que vio la luz 1777 o la Guía de Enfermos, del Director del balneario de Trillo, Mariano José González Crespo, que data de 1840, entre otros. Sin embargo, hemos reseñado los que, por la curiosidad de sus noticias, pueden resultar más atractivos para el lector actual interesado en conocer parte del pasado de la tierra de Guadalajara.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, en buena medida motivado por la imposición de la estética romántica, se produce un cambio en la mentalidad del viajero. El hombre de esta época ya no viaja exclusivamente por motivos terapéuticos y medicinales, sino que aparece el viaje de placer y recreo. Este cambio de costumbres se refleja también en las guías de viajes por la Alcarria que se publican a partir de estos años. Pero esa es una historia que contaremos otro día.

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