Nada más atravesar la puerta del cementerio, en el lado derecho de la parte alta, hay un pequeño panteón, el único punto del recinto en el que hay inhumaciones en nicho. En el conjunto se observan seis lápidas, algunas de marcado estilo modernista. Toda la construcción está rodeada por una verja antigua en la que destaca la cabeza de un ángel y cuatro soportes para grandes velones. La más grande de las lápidas, colocada en el centro pertenece a la originaria poseedora del panteón, doña Pía Falcón, muerta el 25 de noviembre de 1886.
Doña Pía fue la primera de una saga familiar que daría los personajes más representativos del caciquismo de Salmerón en época del Conde de Romanones. En realidad, doña Pía pertenecía por apellido a una de las dos o tres familias hidalgas que existieron en el pueblo desde tiempos remotos, los Falcón. Sin embargo, en los finales del Antiguo Régimen, tras la muerte de Fernado VII, esta familia de la baja nobleza supo adaptarse al signo de los tiempos e incorporarse a la naciente burguesía local enriqueciendo notablemente su patrimonio en las subastas de los bienes desamortizados, tanto a la Iglesia como al propio concejo. Los terrenos del convento de la Virgen del Puerto, el antiguo monte comunal llamado entonces de Carra San Vicente (Monte de San Matías y La Peña Negra), un molino de zumaque situado en la esquina de la calle de la Estrella con la calle del Candil fueron algunas de sus adquisiciones.
Doña Pía, cuyo padre, Manuel Falcón, era de Salmerón y cuya madre, Librada Aparicio, era de Huertapelayo, se casó en noviembre de 1832 con el joven José Francholí, cuya madre, Bernarda Díaz Acero, también era de Salmerón, pero cuyo padre, Julián Francholí, de origen catalán, era un trabajador de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro de Madrid. La nueva familia, afincada en el pueblo, tuvo como único descendiente vivo a una niña, Bernarda Francholí Falcón, que llevaba el nombre de su abuela paterna salmeronense.
José Francholí está enterrado en el mausoleo y su lápida de mármol gris, bajo un cristal, se sitúa sobre la de su esposa doña Pía.
La hija, doña Bernarda Francholí, se casará con otro salmeronense, Mariano Culebras, hijo de Victoriano Culebras, también un pequeño industrial enriquecido tras las desamortizaciones y guerras carlistas y hermano de la muy conocida doña Petra Culebras, gran caciquesa de Salmerón durante los años 10 del siglo pasado.
Mariano y Bernarda tuvieron varias descendientes femeninas que murieron en la infancia y a dos de ellas, las niñas Patrocinio y Felisa, fallecidas a los seis y once años en 1878 y en 1886 respectivamente, sus padres dedican en el mausoleo dos lápidas con poesías alusivas a su prematura marcha.
Doña Bernarda muere en Salmerón en diciembre de 1906, aunque, sin que sepamos la causa, no está enterrada o, quizá, simplemente no tiene lápida en el mausoleo que estamos comentando, al contrario que su marido, que aparece allí sepultado con fecha de septiembre de 1912.
La siguiente generación de la saga está representada por la única hija superviviente de Bernarda Francholí y Mariano Culebras, hermana de las niñas muertas, doña Eusebia Culebras, que fallecerá relativamente joven, en 1904, ya en Madrid, donde será enterrada, y de cuyo primer matrimonio con el catedrático don Mario Navarro dejará como descendiente a Luis Navarro, y de cuyas segundas nupcias con don Luis Fernández Navarro tendrá a doña Cristina Fernández, cuya casa, hoy perteneciente a su hijo y sus nietos, está situada en la calle de la Yedra, quienes, en realidad, deberían ser los dueños del arruinado panteón que es un monumento de valor histórico y artístico que se debería conservar a toda costa.
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