Cuando yo tenía unos ocho o diez años, allá por los comienzos de los 70, en la puerta de la ermita de la Virgen del Puerto de Salmerón, alguien -tal vez el párroco- pegó un texto escrito a máquina que mencionaba el manuscrito de un tal Baltasar Porreño que hablaba de la historia del convento anejo a la ermita, cuyas ruinas veía yo desaparecer año tras año.
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